La lluvia golpeaba el techo de cristal de la mansión de Julian Maddox.
Dentro, el multimillonario miraba las llamas danzantes sin hallar paz.
Un golpe en la puerta lo sacó del ensueño.
Una mujer empapada sostenía a una niña.
“Solo necesito comida… para mí y mi hija.”
Julian se quedó helado.
“¿Emily?”
Siete años habían pasado desde que desapareció sin explicación.
Ahora estaba frente a él, con un pasado grabado en sus ojos cansados.
“Tenía cáncer,” confesó ella. “No quería que me vieras morir.”
Él cerró los puños. “¿Y ella?”
Emily miró a la niña.
“Se llama Lila.”
Julian lo supo de inmediato. Era su hija.
Les dio refugio.
Poco a poco, el silencio se llenó de risas.
Julian aprendió a ser padre, Emily volvió a creer en el amor.
Pero el regreso de la madre de Julian desató viejas heridas.
“¿Crees que puedes volver así?” la acusó.
Emily quiso marcharse, pero Julian la detuvo.
“Tú y Lila son mi familia.”
Meses después, bajo el magnolio del jardín, él se arrodilló con una caja en la mano.
“Te perdí una vez. No volverá a pasar.”
“Sí,” susurró Emily, entre lágrimas.
Y por primera vez, la mansión dejó de sentirse vacía.